|
|
 |
Dicen que detrás de toda obra de arte hay una fuerte verdad emocional que resuena en nosotros mucho tiempo después de haber entrado en contacto con ella. Puede ser una película que vimos una sola vez cuando niños y citamos frases y recordamos escenas enteras; puede ser un libro escrito con toda la belleza del mundo; puede ser un cuadro cuyas pinceladas surcarán nuestra memoria por siempre; puede ser 'Yesterday'. No importa qué sea, lo importante es que nos aferramos y atesoramos esas obras porque significan algo para nosotros, porque nos dan algún tipo de satisfacción. Es un hormigueo que no podemos explicar, pero está ahí.
Nietzche decía que las verdaderas obras de arte nacen del hemisferio derecho de nuestro cerebro, de una mezcla primordial entre nuestras percepciones, nuestros sueños, nuestras fantasías; nuestro lado dionisíaco. Luego esa masa amorfa de sentimiento puro y de explosión pasional se modela con la poderosa fuerza racional del hemisferio izquierdo, nuestra lógica, nuestra razón; nuestro lado apolíneo. Nietzche usaba la doble naturaleza humana pasional/racional para explicar el nacimiento de la tragedia griega, pero es también aplicable a todas las artes, incluido el diseño y la gráfica. Es como se diría que un artista comienza a trabajar por un acto pasional de inspiración, pero luego le da forma a su trabajo con una mente tranquila y racional.
Ahora bien: Todos tomamos pequeñas y grandes decisiones todos los días. Algunas son de orden racional (ej: levantarse a la mañana, ir a trabajar), y otras de orden pasional (ej: escuchar ese tema en la radio y tararearlo, reirse de un chiste muy gracioso).
No existe tal cosa como un 'hombre racional', y no existe tal cosa como un 'hombre emocional', todos poseemos esos dos aspectos. El secreto para llegar a un balance mental que permita tomar las mejores decisiones, que nos permita ver la vida de una manera amplia y profunda, no es divorciarse de estas naturalezas diciendo "yo soy así, soy un tipo frío" o "voy al frente, soy impulsivo, qué quieren que haga", si no comprender que poseemos las 24hs del día la capacidad de manejar estas facetas de nosotros si tan solo nos volvemos conscientes de ellas.
Cuando vemos algo, cualquier cosa, ya sea un cuadro de Picasso o un celular muy lindo, si está bien logrado, no veremos ni el lienzo ni el plástico: vamos a emocionarnos de manera muy real, y eso va a crear una reacción positiva en nosotros que va a traducirse en "me quedaría horas mirándolo" o "quiero ese teléfono!". Nosotros diseñamos y creamos no para que alguien vea el truco, si no que sienta el impacto. Todo el marketing, toda la publicidad, todas las campañas, lo único que buscan es generar en nosotros ese efecto que dura un milisegundo, pero que logra, como un milagro, que algo nos parezca interesante, que nos parezca bello, atractivo, que se nos vuelva indispensable.
Llegar a algo así suena difícil... porque realmente lo es. Aprender a trabajar con nuestras dos conciencias requiere de ejercicio y dedicación, es como un segundo trabajo. Diseñar algo es difícil de por sí: hay que tener en cuenta millones de factores técnicos tales como el manejo de un software, saber las proporciones, saber los colores, saber las intenciones que crean la armonía necesaria. El dominar un acto tan complejo como ese no surge de un segundo de inspiración, ni de horas y horas de estudiar y copiar y plagiar diseños ajenos, si no de una búsqueda interior que nunca va a terminar, y de saber, no desesperarse ni querer controlar, simplemente saber, que esas ideas surgen de nuestro Dionisio, y toman forma gracias a Apolo.
Ya sea para crear o para tomar decisiones, debemos saber de dónde salen esos instintos; poseerlos, y no dejar que nos posean. |
|
|
|